miércoles, 13 de junio de 2012

El arco dramático





Dice mi admirado y siempre exagerado Boyero que el personaje de Gosling es una versión moderna de "Shane", el pistolero que pone orden en la vida de los granjeros pacíficos en la novela de Schaefer que adaptó George Stevens en 1953. A mi me recuerda al Hanks de "Camino a la perdición" de Mendes, porque respeta unas reglas del juego mafioso que conllevan la muerte y la sangre hasta que un inocente las hace saltar por los aires.

Muerte sí, pero sólo entre nosotros, parecen decir los dos personajes, el de Mendes y el conductor. Menos discutible parece la deuda confesa que tiene con la película "Le Samouraï" de Jean-Pierre Melville, y con la idea de amour fou de los sesenta del cine francés.

El personaje de Gosling, que no llega a decir su nombre, es un conductor de atracos con unas reglas intocables. Ofrece cinco minutos de fidelidad absoluta, pero un minuto antes o un minuto después no responde de nada. No se la juega por nadie. Que sea concienzudo como una máquina podría ser accesorio, pero es la palanca que estira con más fuerza la emoción de la película.

Una vecina inocente, la esposa de un convicto y su hijo le brindan unas semanas de compañía y de amistad desinteresada que le llegan al corazón. Una casualidad más bien creíble, hace que la vida de su vecina dependa de él y que se vea obligado a saltarse una y otra vez su seguridad y sus reglas.

De haber sido un conductor menos concienzudo y perfeccionista, el sacrificio hubiera sido fácil para él. La fuerza de la película está precisamente en aquello le ocurra a él, en el viraje que tiene que dar, en las reglas propias que tiene que saltarse, en su arco dramático.

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