Cuando Mandela, el primer presidente negro, llega al gobierno de Sudáfrica, en 1994, se encuentra a sí mismo liderando a una mayoría negra resentida que ha sufrido el apartheid durante décadas y quiere cobrar su venganza. Él sabe que si el país malgasta su energía en saldar cuentas no saldra adelante, por eso quiere hacer borrón y cuenta nueva y quiere que todos miren al futuro.
En medio de ese contexto histórico, la selección nacional de rugby se convierte en un símbolo de sus planes políticos, porque la selección nacional es un emblema del poder blanco. El nuevo ministerio de deportes quiere acabar con ella, y Mandela quiere que gane el mundial de Rugby.
Contar una historia de reconciliación nacional, es una tarea ambiciosa. Explicarla para que la entiendan los que no leían la prensa internacional en los noventa es lo verdaderamente portentoso. Eastwood tiene que explicar muchas cosas y hacer cine en un espacio de sólo dos horas. Y le sale muy bien. Parece que su estilo austero y sin acentos era el vehículo perfecto para este tipo de película.
Particularmente me gusta como nos explica en que consiste el rugby, un deporte que, probablemente no entiende la mayoría de su público. Mandela tampoco es aficionado y le pide a sus asesores que le expliquen que tiene que hacer Sudáfrica para clasificarse. De paso lo explica al espectador. En otra escena, la selección viaja por el país y se acerca a unos niños y les enseña a jugar delante de las cámaras.
La escena nos conmueve porque habla de negros y blancos que han estado en dos bandos y estan tirando abajo sus muros, pero es que de paso, la selección explica cuatro cosas de rugby que no sabemos y nos viene bien enterarnos.
Los asesores le explican como va el mundial (nos lo explican) y Mandela se aprende las fotos de los jugadores y la alineación. Y eso parece más importante que los asuntos de estado. “Invictus” viene a decir que si queremos llevarnos bien, no bastan las palabras, hay que compartir alguna de esas cosas irracionales como la pasión por el deporte.